Al final de la Primera Guerra Mundial, el Imperio otomano, que había sido la potencia dominante en el Mediterráneo oriental durante siglos, llegó al final de su proceso de decadencia. El antaño poderoso enemigo de los Austrias había quedado destrozado y a la espera del veredicto de los vencedores, reunidos en París. Enfrente estaba Grecia, un Estado nacido de la Guerra de la Independencia de 1821 contra esos mismos otomanos y que, desde entonces, había ido creciendo hasta convertirse en una potencia local, pequeña en tamaño pero inmensa en ambiciones pues no pretendía otra cosa que la llamada Megali Idea, la Gran Idea, que consistía en reunir a todos los griegos de la región del Egeo-mar Negro en un solo país. El 15 de mayo de 1919, la 1.ª División griega desembarcó en Izmir, la antigua Esmirna, para asegurar la posesión de aquella ciudad clave en su proyecto expansionista, iniciando una guerra que iba a durar más de tres años, que sería testigo de grandes maniobras por toda la mitad occidental de Anatolia, cuyo vuelco se produciría sobre un río llamado Sakarya a tan solo cincuenta kilómetros de Ankara y que acabaría con la derrota completa de Atenas y la expulsión definitiva de todos los helenos, militares y civiles, de la región, pero no a manos del Imperio otomano. Este, abrumado por las durísimas condiciones del Tratado de Sèvres fue cediendo poco a poco su lugar al pujante movimiento nacionalista nacido en Ankara y liderado por Mustafá Kemal (Atatürk), que acabaría derrocando al sultán y proclamando el nacimiento de la República de Turquía.