Lo que en principio parecía un golpe de suerte, terminó en desastre. En el año 777 el gobernante de la frontera norte de al-Ándalus se presentó ante el rey de los francos –y futuro emperador– Carlomagno, para solicitar ayuda en una revuelta antiomeya que le permitiría desvincularse de la autoridad de Córdoba. El rey lo vio como una oportunidad de oro para inmiscuirse en el Estado vecino y extender su dominio. De modo que, encabezando un poderoso ejército, franqueó los Pirineos. Todo iba conforme a lo planificado hasta que una inesperada traición les cerró las puertas de la ciudad de Zaragoza. Carentes de armas de asedio, Carlomagno no tuvo más remedio que cancelar la campaña y regresar a Francia, cruzando para ello territorio vascón. Pero cuando ya descendían por la ladera norte, confiados y cargados de botín, la retaguardia de la hueste franca fue emboscada y aniquilada, a decir de las fuentes, hasta el último hombre. El emperador, humillado, jamás volvió a poner pie al sur de los Pirineos. Las fuentes que narran la batalla son tan sucintas y contradictorias que han generado más preguntas que respuestas. Sin embargo, la investigación reciente se halla por fin en condiciones para responder a algunas de estas cuestiones, en particular la de determinar la identidad y motivación de los atacantes, la relación entre los vascones y el al-Ándalus, o la localización del propio campo de batalla.