La batalla de Cannas (216 a. C.) fue, muy probablemente, el peor desastre militar de la historia de Roma, devenida en vara de medir de ulteriores reveses de las armas romanas. Tras abandonar la estrategia de contención y desgaste emprendida por Fabio Cunctator, los mandos romanos optaron por retomar la contraofensiva directa como forma de confrontar la invasión cartaginesa, sirviéndole a Aníbal Barca en bandeja la clase de batalla campal decisiva que perseguía y en la que ya había demostrado ser sobradamente diestro. La fabulosa victoria obtenida acto seguido por el bárcida se convirtió en objeto de estudio de comandantes y academias militares durante los siglos venideros, a la par que intentaría ser replicada –con dispar suerte– por los ejércitos del futuro. Paradójicamente, sin embargo, Aníbal no supo explotar este aplastante y modélico éxito para forzar una solución del conflicto favorable a Cartago. A partir de ese momento la contienda se estancaría para las armas púnicas y empezaría a desenlazarse, paulatinamente, muy a favor de una República romana decidida a no cejar en su lucha por la victoria.