La llegada al trono de la dinastía borbónica en 1700, seguida de la Paz de Utrecht en 1714, inauguró una etapa de crecimiento y reforma para las fuerzas navales españolas. El modelo de inspiración francesa de la nueva dinastía, sumado al estímulo de la política revisionista de Felipe V, que no se resignó a la pérdida de los reinos italianos de la monarquía en Utrecht, propició que entre 1700 y 1754, la Armada española tuviera una actividad naval efervescente en todos los niveles. Bajo la dirección de José Patiño, la miríada de escuadras y flotas dispersas heredadas de la casa de Austria se fusionaron en una sola Real Armada, cuya reconstrucción fue posible merced al establecimiento de una estructura centralizada de departamentos e intendencias, complementada por iniciativas posteriores como la instauración de un efímero, aunque eficaz almirantazgo y una matrícula de mar universal para asegurar la dotación de hombres de los buques. A su vez las nuevas necesidades bélicas de la Corona llevaron a Antonio de Gaztañeta, el gran ingeniero naval español de finales del siglo XVII y principios del XVIII, a culminar la definitiva transición del buque mixto de guerra y comercio, el galeón, hacia el navío de línea puramente militar. La primera mitad del XVIII (1700-1754) fue una época de cambios y de ingente actividad, desde los ámbitos de la construcción y el comercio hasta el de los divertimentos cortesanos relacionados con la armada española, en la que hombres habilidosos como el citado Patiño, el marqués de la Ensenada o José del Campillo desplegaron un poder naval que devolvió España al selecto círculo de las grandes potencias marítimas.