El 8 de julio de 1709 se dirimió el destino del noreste de Europa en las estepas de Ucrania, unos pocos kilómetros al norte de la pequeña ciudad de Poltava. Aquella mañana se produjo el choque decisivo entre los ejércitos de Carlos XII de Suecia y Pedro I de Rusia, llamado el Grande, los dos únicos monarcas que seguían en pie de guerra tras nueve años de batallas, asedios, marchas, hambrunas, pestilencias e inviernos glaciales en la denominada Gran Guerra del Norte. Opacado a nuestros ojos por la coetánea Guerra de Sucesión española, este conflicto enfrentó a la potencia hegemónica en el Báltico, Suecia, con una poderosa coalición formada por Dinamarca, Rusia y la unión dinástica entre la Mancomunidad Polaco-Lituana y Sajonia. Contra todo pronóstico, el joven Carlos XII, de apenas diecisiete años al inicio de la contienda, pero criado desde niño para la guerra, derrotó uno tras otro a sus enemigos. Primero cayó Dinamarca; luego Polonia-Lituania y, por último, en 1706, Sajonia hincó la rodilla. Solo le quedaba a derrotar a Pedro. El zar, que había subido al poder sorteando revueltas e intrigas cortesanas, siempre en busca del equilibrio entre la tradición y la modernización, era tenido en poco por las potencias europeas. Sin embargo, el desenlace de la batalla de Poltava cambió esta percepción. El ejército carolino fue destruido y Rusia se alzó con la hegemonía en la región. Este número recorre los pasos de Carlos XII y Pedro I con sendos ejércitos por las estepas de Ucrania –hoy, de nuevo, epicentro de un aciago conflicto–, así como los avatares de la batalla decisiva y sus profundas consecuencias, que todavía se dejan sentir a día de hoy.