Yo era normal. Un chico normal. O, al menos, eso había creído siempre. Tenía una familia normal, con un padre y una madre normales que trabajaban en trabajos normales, y una hermana pequeña con la que me peleaba con absoluta normalidad. Pero todo eso cambió con una carta: el tatarabuelo nos había dejado en herencia una gran mansión y a mis padres les faltó tiempo para organizar la mudanza. Barrio nuevo, casa nueva, cole nuevo, amigos nuevos. ¡O sea, un desastre! Todo aquello no era ni medio normal, y todavía iba a ser menos normal el misterio que escondía aquella casa, en lo alto de la colina.
Ahora os voy a contar cómo empezó todo...