Tras la contundente derrota sufrida por el Ejército Rojo en sus fronteras durante la última semana de junio de 1941, nada más iniciarse la Operación Barbarroja, la destrucción de la Unión Soviética debía ser una mera cuestión de semanas, tal y como habían predicho los planificadores alemanes. Sin embargo, las cosas no iban a tardar en complicarse, sobre todo para el Grupo de Ejércitos Norte del general Von Leeb, cuyo objetivo era Leningrado. Infradotadas en carros de combate y en aviación de apoyo, al menos en comparación con el resto de las fuerzas alemanas, las tropas que se dirigían hacia la cuna de la Revolución tenían primero que derrotar al enemigo en Estonia y Letonia y en el territorio entre los lagos Peipus e Ilmen, enfrentándose a desafíos que a la postre iban a resultar insuperables. El progreso hacia el norte supuso un alargamiento de su flanco oriental que los soviéticos aprovecharon de inmediato para lanzar violentos contraataques, en los que localidades como Velikiye Luki o Staraya Russa adquirieron un protagonismo destacado; tuvieron que enfrentarse a un terreno infernal, boscoso y pantanoso, donde los carros de combate, su baza principal, se atascaban y tardaban en alcanzar sus objetivos; y además, Von Leeb fue incapaz de unificar sus dos cuerpos motorizados –donde se encuadraban las divisiones Panzer–, para formar una sola y contundente masa de ataque. A cambio de esto tenían dos bazas a su favor. La primera era el Ejército finlandés, que tenía que lanzar una ofensiva desde el norte pero que a la postre se limitó a recuperar el terreno perdido durante la Guerra de Invierno de 1940, por lo que su presión sobre Leningrado apenas alivió a las fuerzas alemanas, que no tardaron en verse envueltas en violentos combates para cruzar la línea del Luga. La segunda era el frente naval, donde la Flota Bandera Roja del Báltico tuvo que abandonar todas sus bases para concentrarse en Kronstadt y Leningrado, lo que al menos alivió la situación logística de los invasores. No iba a ser suficiente, sobre todo cuando el alto mando alemán se enfrascó en intensas discusiones sobre el objetivo último a alcanzar, retrasando toda la operación.