Entre el estruendo de inmensos cañones y los gritos de júbilo de las huestes del sultán, el 29 de mayo de 1453 se producía la caída de Constantinopla. Para evitar ser capturado, el emperador Constantino XI Dragases se arrojó espada en mano sobre las tropas enemigas, alcanzando así una muerte tan heroica como inútil. Su cabeza, cercenada, fue colgada de una columna desde la que el joven sultán turco, Mehmed II, pronunció un discurso triunfal ante sus tropas. Así, tras cincuenta y tres días de durísimos combates y penurias, terminaba el asedio de la que había sido la capital del imperio durante cerca de mil años. Un asedio en el que tuvieron cabida episodios tan variados como batallas navales en el Cuerno de Oro, el traslado de la flota otomana a través de las colinas para burlar las cadenas bizantinas, una espectacular guerra de minas y contraminas, luchas desesperadas en torno a adarves defendidos heroicamente por los genoveses y venecianos capitaneados por Giovanni Giustiniani, y muchos otros episodios que dan cuenta de lo trepidante que fue el que quizá fuera el asedio más célebre de la historia. Tanto es así, que convencionalmente se emplea a menudo para marcar el final de la Edad Media y el inicio de la Moderna. Ilustración de Radu Oltean.