La defensa de la antigua misión española de El Álamo en 1836 frente al ejército mexicano al mando del general Santa Anna constituye un hito en la historia de Norteamérica todavía hoy, cuando el pasado está siendo más cuestionado que nunca en Estados Unidos. En realidad, la derrota y masacre de los hombres encabezados por William Travis, James Bowie y Davy Crockett, nombres que la literatura y el cine han hecho célebres, fue solo un episodio, y no el más sangriento, de la lucha por la independencia de Texas. Desde principios del siglo XIX, este vasto y escasamente poblado territorio fue objeto de la emigración de colonos protestantes de origen anglosajón, en su mayoría procedentes de los Estados Unidos, que pronto aventajaron significativamente a la población de raíces hispanas. El elemento racial y religioso tuvo poco que ver, sin embargo, en el estallido de la rebelión, que es preciso contemplar en un panorama de mayor amplitud. La adopción de un régimen centralista por parte de la República de México, que en su constitución de 1824 se definía como un Estado federal, fue el detonante de revueltas en varias provincias mexicanas, entre ellas la de Texas, cuya población anglosajona se resentía ya desde hacía algunos años ante la prohibición de la esclavitud en 1830 y las tentativas del Gobierno mexicano de poner coto a la inmigración desde Estados Unidos. El propio Santa Anna, más militar que político pese a desempeñar la presidencia de México, se puso al frente de un ejército que atravesó el río Grande dispuesto a aplastar sin contemplaciones la rebelión. Su racha de victorias se truncó inesperadamente en San Jacinto. Merced al triunfo de Sam Houston en esta batalla, Texas se convirtió de facto en una república independiente hasta su anexión en 1845 por parte de los Estados Unidos.