El 1 de julio de 1916, el Ejército británico libró su primera batalla de envergadura frente occidental de la Primera Guerra Mundial. Hasta entonces, las tropas del Reino Unido habían combatido en un sector restringido, bajo la tutela un tanto desdeñosa del Ejército francés, que soportaba el peso de la batalla de Verdún y que ahora insistía a toda costa en que sus aliados ocuparan el lugar que debían y cargaran con la cuota de sufrimiento que les correspondía como gran potencia. Había llegado el momento porque, junto a las tropas profesionales y territoriales que habían luchado y sufrido en el lodo de Flandes, se desplegaba ahora el New Army, también llamado Ejército de Kitchener por su impulsor, formado por dos millones y medio de voluntarios alistados en el otoño de 1914 y entrenados durante 1915. Su origen se hallaba en el fervor belicista que se extendió por todos los condados nada más estallar la guerra, cuando oficinistas, agentes de bolsa, tenderos, futbolistas y estudiantes de las universidades más prestigiosas del Reino Unido, o simplemente la juventud de un pueblos y pequeñas ciudades, se alistaron para formar los batallones de colegas, para combatir juntos y, desgraciadamente, morir juntos. El 1 de julio de 1916 el Reino Unido se lanzó al asalto contra las trincheras alemanas en la batalla del Somme, y durante los cinco meses siguientes sus soldados sufrieron, murieron y resultaron heridos en una de las batallas de desgaste más terroríficas de la Primera Guerra Mundial.