El periodo que comprende las batallas del Trebia y del lago Trasimeno –abordado en este número de la revista– se caracterizó precisamente por la premura de Aníbal en tratar de lograr, mediante la obtención de resonantes triunfos militares que humillasen a Roma, tanto la renovación de las esperanzas de quienes ya eran sus aliados –en palabras de Polibio–, como suscitar el cambio de bando de cuantos pueblos itálicos fuera hallando a su paso. Si la batalla del Trebia le sirvió para consolidarse definitivamente en el valle del Po y concitar la alianza de los pueblos que lo habitaban, la que le sucedió alcanzaría objetivos mucho más ambiciosos. A orillas del lago Trasimeno, en Etruria, el genio del general cartaginés brilló espectacularmente en lo que en virtud se puede considerar una emboscada a gran escala que condujo a la aniquilación de un ejército romano y la muerte de un cónsul, Flaminio. El leviatán púnico, cada vez más próximo a Roma, parecía imparable.