En el año 1215 la cruzada contra los herejes cátaros del sur de Francia y quienes los protegían parecía haber tocado a su fin. Los cruzados, triunfantes, habían sometido a los occitanos a duras condiciones. Ahora la familia Montfort –instrumento de la corona de Francia– y sus allegados dominaban la región, como vimos en el n.º 56: La cruzada contra los cátaros (I). Sin embargo, apenas un año más tarde, en 1216, estalló una revuelta de enormes proporciones liderada por la aristocracia occitana, cuyo objetivo era sacudirse el dominio monfortino. La crisis fue de tal proporción que obligó al rey de Francia a tomar riendas en el asunto y participar él mismo en una guerra que sería igual o peor que la precedente. Pero, si la lucha fue dura, la represión lo fue aún mucho más: auxiliada por la recién fundada Inquisición pontificia, los nobles y eclesiásticos se dispusieron a erradicar de una vez por todas la herejía cátara, lo que daría lugar a episodios tan tristes como la quema de hasta doscientas personas en una hoguera comunal erigida en las faldas de la fortaleza de los cátaros de Montsegur, devenido en adelante en símbolo de la intolerancia religiosa.