A comienzos de agosto de 1920 el Ejército Rojo se encontraba a las puertas de Varsovia y pesaba en la comunidad internacional una cierta sensación de que la derrota de Polonia era inevitable. Es por ello que el súbito giro de los acontecimientos, que no solo salvó a la ciudad sino que devolvió a las derrotadas fuerzas soviéticas a sus posiciones de partida, fuera elevado a la categoría de victoria providencial y recordado como el “milagro del Vístula”. El desenlace de la Guerra Polaco-Soviética y el posterior Tratado de Riga, que ratificó de iure sus consecuencias, merece ciertamente un lugar destacado en la historia, pues sentó las bases de un nuevo orden en la Europa oriental que perduraría al menos hasta 1939.