En octubre de 1917, el Imperio austrohúngaro estaba agotado. Tres años de severos desastres militares habían agotado sus recursos y lo habían obligado a supeditarse a su poderoso aliado alemán. En el frente italiano, el Regio Esercito había mostrado un indudable talante agresivo, aunque no una gran eficacia, y había desencadenado, una tras otra, once batallas en el Isonzo hasta el verano de 1917, con el objetivo inmediato de tomar Trieste y, a la postre, derrotar definitivamente a su tradicional enemigo. Pero todo cambió cuando Alemania aceptó, por fin, apoyar a sus aliados. Una arrolladora ofensiva conjunta, la duodécima batalla del Isonzo, mucho mejor conocida como el desastre de Caporetto, no solo recuperó el terreno perdido durante dos años, sino que a punto estuvo de doblegar definitivamente al ejército italiano.