Después de un largo período de inestabilidad política y militar que caracterizó buena parte del siglo III, la llegada de Diocleciano al poder en 284 y el establecimiento de un sistema de gobierno a cuatro, la Tetrarquía, otorgarían por fin el esperado aliento a un exhausto Imperio que había sufrido con dureza un desgaste interno sin precedentes. Un tiempo después, Constantino el Grande reconfiguraría las bases del ejército a partir de las anteriores reformas iniciadas durante la Tetrarquía, y se erigiría como la cabeza visible de un gran Imperio con un poderío militar impresionante, aunque a todas luces insuficiente a largo plazo.
El siglo IV es un momento de grandes transformaciones en el ejército y de nuevas percepciones estratégicas que venían a sumarse a la no menos relevante cristianización de la sociedad romana y la incipiente barbarización de sus fuerzas armadas. Y la legión romana en el siglo IV deberá enfrentarse a unos desafíos, como las guerras civiles o los grandes enemigos del Imperio, que seguirán causando estragos.