El 23 de julio de 1896, Andrés Bonifacio proclamó, en lo que se conoció como el grito de Balintawak, el comienzo de la insurrección filipina contra el poder colonial español. La rebelión no surgió de lugares remotos, sino de Manila y sus territorios circundantes, de manos de hombres ilustrados, como José Rizal, y pequeños funcionarios, como Andrés Bonifacio y Emilio Aguinaldo. A lo largo de estas páginas explicaremos cómo se extendió hasta poner en jaque al gobernador Blanco, qué fue el Katipunan y quiénes lo formaron, como tomó la ofensiva el gobernador Polavieja para conseguir derrotar a un enemigo que se mostró decidido, capaz de construir inmensas fortificaciones de campaña que a menudo hubo que tomar por medio del frío acero de las bayonetas y cómo el gobernador Primo de Rivera, el tercero en doce meses, pondría punto y final a esta primera fase de la Guerra de Filipinas. Un final engañoso y un acuerdo de paz que pronto se vería frustrado y que engendraría una guerra aún peor que terminaría por enajenar el archipiélago de manos de ambos contendientes, españoles y filipinos, al calor de la reciente ambición imperial estadounidense desatada con la Guerra de Cuba.