"Lo que el general Weygand llamó la batalla de Francia, ha terminado. Creo, que la batalla de Inglaterra está a punto de comenzar". El 18 de junio de 1940, Churchill repetía por la radio el discurso que había dado en la Cámara de los Comunes, en el que ponía nombre a una de las acciones más señaladas de la Segunda Guerra Mundial, la primera batalla puramente aérea de todos los tiempos. Aquella fue la historia de los "pocos" a los que "tantos" debieron "tanto", el combate librado por un puñado de aviadores en los cielos de Gran Bretaña contra el poder de la Luftwaffe; pero también la de los esforzados pilotos alemanes, que se enfrentaron a la titánica tarea de subyugar un país desde el aire. Sobre los cielos de Inglaterra se trenzaron Spitfire y Messerschmitt Bf-109, en espirales de muerte o violentos ataques por sorpresa, y la tierra se vio labrada por miles de bombas, arrojadas desde aterradoras escuadras de bombarderos que parecían como salidas de una novela futurista de la época. Otro invento futurista, operando desde las "Estaciones experimentales del Ministerio del Aire", daría la victoria a los defensores. No se trataba del "rayo de la muerte" sino del radar, el ojo capaz de verlo todo.