Contra el mito, ya en franco retroceso, de que el sistema militar de la Monarquía hispánica naufragó tras la batalla de Rocroi (1643), los ejércitos españoles de la segunda mitad del siglo XVII, los famosos tercios, siguieron constituyendo una fuerza a tener en cuenta que logró -con la concurrencia de aliados, cierto es- preservar la integridad del Imperio de los Austrias. Se trata de ejércitos que, lejos del mito que los presenta como obsoletos e ineficaces, trataron con relativo éxito de adaptarse a las transformaciones organizativas, tácticas y armamentísticas del periodo, que siguieron desempeñando un papel relevante en los numerosos conflictos motivados por las ambiciones expansionistas del monarca francés Luis XIV, que abrieron academias militares como la de Bruselas, lograron dotarse de una producción de armamento autosuficiente y algunas de cuyas unidades -en particular, la caballería- gozaron de gran consideración entre sus aliados. Unos ejércitos, eso sí, que en el periodo 1660-1700 se vieron lastrados por una permanente insuficiencia de dos elementos imprescindibles para hacer la guerra: hombres y dinero.