En julio de 1745, el príncipe Carlos Eduardo Estuardo desembarcó en las islas británicas resuelto a devolver los tronos de Inglaterra y Escocia a su estirpe, derrocada en 1688. Era en Escocia, y en concreto en las agrestes Highlands, donde los partidarios de los Estuardo eran más fieles y numerosos. Estallaba la Rebelión jacobita. El príncipe logró reunir con rapidez un pequeño ejército y se apoderó de Edimburgo tras vencer a las fuerzas británicas.
En Londres, donde reinaba Jorge II, de la casa de Hannover, la revuelta escocesa fue toda una sorpresa. El Gobierno se vio obligado a reclamar del continente a sus mejores regimientos -involucrados en la Guerra de Sucesión austriaca- y a su mejor general, el duque de Cumberland, hijo del monarca. Los dos príncipes dirimieron el destino de sus linajes en la decisiva batalla de Culloden, donde la disciplina de fuego de los casacas rojas se vio las caras con la agresividad arrolladora de los highlanders.