“La siempre fiel isla de Cuba”, como se llamó a la mayor de las Antillas en la última etapa colonial, fue la única posesión española en América -junto con Puerto Rico- que no obtuvo su independencia a principios del siglo XIX. Las causas de su excepcional fidelidad tienen mucho que ver con la confluencia de intereses, que se fue tejiendo desde fines del siglo XVIII cuando España permitió la libertad de comercio (1792), entre los plantadores y grandes propietarios de la isla y la monarquía española. Sin embargo, el crecimiento de los movimientos reformistas, independentistas o anexionistas, provocó una serie de enfrentamientos, tanto políticos como armados, que fueron desgastando la presencia española en la isla y, tras tres guerras, acabaron llevando al conflicto internacional con Estados Unidos y a la pérdida definitiva de la colonia.