Que "la historia se repite" es un axioma que tiene en Asia Central, área de gran importancia geoestratégica, su máximo exponente. La invasión de Afganistán por parte de la URSS en 1979 inició un ciclo bélico por el control de la región que fue continuado por EE.UU. y sus aliados en 2001, guerra neocolonialista para unos, cuya única intención es la de controlar una región vital para la llegada al mar de los recursos energéticos de Asia Central, lucha contra un régimen islamista totalitario para otros. La inestabilidad en Asia Central, sin embargo, no solo se circunscribe a Afganistán, ya que China, que ha entrado de lleno en la disputa por los recursos centroasiáticos (cabe tener en cuenta la trascendencia del reciente acuerdo con Rusia al calor de la crisis ucrania), debe hacer frente al auge del independentismo uigur, etnia túrquica de religión islámica, en Xinjiang o Turquestán Oriental. Por no hablar de los vecinos del sur, Pakistán e Irán.
Esta situación, inequívocamente denominada como el "Nuevo (o Segundo) Gran Juego", tiene paralelismo directo con el "Gran Juego" original, que durante el siglo XIX enfrentó a Gran Bretaña y Rusia en una tensa partida de ajedrez por el control de Asia Central durante la cual, manejando a los poderes regionales como peones, al menos en una ocasión la "guerra fría" estuvo muy cerca de desembocar en un conflicto directo entra ambas potencias. Posicionamiento geoestratégico, ansias colonialistas, obtención de recursos y apertura de nuevos mercados a toda costa son quizás los descarnados elementos que mejor definen el Gran Juego, tanto en el siglo XIX como hoy día, aunque si me permiten la frivolidad, la versión decimonónica cuenta con un atractivo disfraz de exotismo, exploración de lo desconocido y aventura al más puro estilo victoriano del que desgraciadamente carece el actual.