Se cumplen cien años del estallido de la Gran Guerra. Más allá de la oportunidad de la fecha, parece obligado dedicar el primer número de Desperta Ferro Contemporánea al conflicto que daría carta de naturaleza al tipo de guerra que va a caracterizar buena parte del periodo que abarca esta nueva cabecera que ofrecemos a nuestros lectores y a quienes damos la bienvenida.
La asunción de la guerra total, industrializada y tecnificada no podía ser en modo alguno un proceso automático, sino más bien el fruto de una crisis en la que habrían de confrontarse los planteamientos decimonónicos, abocados a desaparecer, con las realidades que imponía la nueva sociedad de masas. Así, la Primera Guerra Mundial se puede entender globalmente como la búsqueda desesperada de soluciones operativas para un tipo de conflicto imposible de resolver bajo las premisas conocidas hasta la fecha. Un proceso de adaptación, un método de prueba y error que acarrearía unos costes dramáticos.
Ciertamente, puede que el fin de la guerra llegara antes por el agotamiento y el desplome de las estructuras políticas, sociales y económicas que la sustentaba, que por la eficacia de los planteamientos estrictamente militares, pero en estos estaban germinando todos los rasgos que iban a definir la doctrina moderna y que darían lugar a contiendas más descongestionadas y resolutivas que la de 1914-1918, aunque no siempre más limitadas.
Pero no adelantemos acontecimientos, hemos elegido centrarnos en un periodo reducido y decisivo, las cinco primeras semanas de la guerra, y en el escenario concreto del frente occidental. La noción de estallido nos permitirá explorar los elementos anacrónicos que conservaba la sociedad europea de 1914. Estos se pusieron de manifiesto antes y con mayor nitidez en los campos de batalla de Bélgica y Francia. La primera batalla del Marne, acontecimiento en el que desemboca nuestra narración, se considera convencionalmente el punto de inflexión en el que las potencias beligerantes toman conciencia de la imposibilidad de dirimir la guerra en unos pocos enfrentamientos determinantes. La cruda realidad se ponía sobre el tapete y daba comienzo la competición frenética entre las naciones y sus responsables para, no solo obtener la victoria, sino también para "domesticar" el fenómeno de la guerra. Los dos primeros meses de la guerra se encuentran entre los más sangrientos de toda la contienda y sus ejércitos llegaron al umbral de sus posibilidades materiales previstas, una demostración de que los límites del reto los establecería la capacidad de sufrimiento de los individuos y de resistencia de las sociedades.