Repasando las sangrientas guerras civiles que puntúan el último siglo de vida de la República (y uno incluiría el Bellum Sociale y quizás hasta la rebelión de Espartaco entre ellas), parece inevitable llegar a la conclusión de que las viejas instituciones políticas de Roma y su estructura social se estaban resquebrajando ante la presión de una nueva realidad que había ensanchado las fronteras hasta casi abarcar un dominio universal. Pero, al mismo tiempo, leyendo sobre colosos como Pompeyo o César, a uno le asalta la duda (viejo debate ya) sobre si forzosamente la evolución de las estructuras económicas, sociales y políticas condiciona el devenir de la Historia o si la acción de determinados individuos supone un factor decisivo en dicho devenir. ¿Si no hubiese habido un César, habría habido otro capaz de conquistar la Galia con esa rapidez, y de amasar las fuerzas necesarias para oponerse a la casta optimate y dar el salto decisivo al gobierno unipersonal? Y a la inversa, ¿podemos entender su victoria sin tener en cuenta, por ejemplo, sus apoyos entre muchos de los nuevos romanos de la Italia de recién adquirida ciudadanía?
No hay duda de que no puede comprenderse lo individual sin la visión de conjunto, lo micro sin lo macro, pero llama poderosamente la atención cómo los factores personales, la consideración en que se tenía el individuo o su percepción por la sociedad, fueron claves en la pugna entre Pompeyo y César. César, en su arenga a los legionarios de la XIII en el cruce del Rubicón, les exhorta a que defiendan contra sus enemigos el prestigio y la dignidad [dignitas] del general bajo cuyo mando habían servido felizmente a la República durante nueve años (BC, I.7); y en Pompeyo es patente el deseo de reverdecer sus antiguos laureles, eclipsados por la estrella del Julio. Ambos deseaban ser el primer hombre de Roma, aún con la careta del gobierno republicano, y el choque de sus dos personalidades ensangrentará el Mediterráneo, en una guerra que se prolongó incluso tras la muerte de sus principales protagonistas, con la resistencia optimate que parecía yugulada tras Munda resurgiendo después del asesinato de César con Sexto Pompeyo. Aquí nos quedaremos en la primera parte de la pugna, hasta el sórdido asesinato de Pompeyo en una playa egipcia, repasando cómo la blitzkrieg cesariana (¿hay término moderno que describa mejor su celeritas?) puso contra las cuerdas la resistencia optimate.
Tiempo habrá para seguir abordando esa sucesión de guerras, solo cerradas por Octaviano, y que dejan patente que, pese a lo extraordinario de las personalidades del Magno y del divino Julio, estructuralmente algo no encajaba en Roma. Por desgracia la transformación solo vino a golpe de gladius.