Un ejército desecho, desmoralizado y hambriento, cuyas escuálidas monturas eran poco a poco fileteadas en vida, sin líneas de suministro ni capacidad de sobrevivir sobre el terreno en el despiadado invierno ruso y una ruta de retirada jalonada de ríos: este es, sin duda, el escenario soñado para cualquier comandante medianamente competente, que hubiera tenido al alcance de la mano no solo la aniquilación total de la Grande Armée, sino también, con una pizca de suerte, la captura del propio Napoleón y de su mariscalato. Este no fue, sin embargo, el caso de los Kutúzov, Wittgenstein o Chichakov, cuya excesiva prudencia (por no decir indolencia o, directamente, ineptitud) condenó a Europa a otros tres largos años de inclemente sangría. Sin embargo, gracias a estas luminarias de la estrategia del zar de todas las Rusias (que también tuvo lo suyo) los amantes de la Historia militar podemos disfrutar del estudio de una de las más fascinantes, reñidas e inabarcables campañas de todo el periodo napoleónico, la de 1813, en la que se dieron cita ejércitos de dimensiones nunca antes vistas imbuidos de un nuevo sentimiento que, en los cien años siguientes, cambiaría la faz (y, por qué no decirlo, volvería a regar de sangre) del Viejo Continente: el nacionalismo. El caso de Alemania y su Befreiungskriege ("Guerra de Liberación"), aunque no único, es el más paradigmático de todos, hasta el punto de que Leipzig pasará a formar parte del imaginario colectivo germano como uno de los pilares fundacionales, junto a Arminio o Federico I Barbarroja, de la nación Alemana. No deja de ser enormemente significativa la inauguración en 1913, en el 100.º aniversario de la batalla (y, paradójicamente, en vísperas de la I Guerra Mundial), del descomunal monumento de Leipzig, símbolo de la grandeza de Alemania, y a la que acudió lo más granado de la sociedad alemana, con el káiser a la cabeza. Mucho se nos ha criticado la elección de este tema para el presente número en lugar de Vitoria, cuyo 200.º aniversario se cumple este mes de junio. Pedimos disculpas a los amantes de la Guerra de la Independencia (tema igualmente apasionante al que ya dedicamos un especial hace muy poco) que puedan haberse sentido defraudados, pero en 1813 el futuro de Europa no se disputaba en las montañas del norte de España, sino en las devastadas llanuras de Sajonia.