El gran gusano hediondo se ha enseñoreado de la aldea abandonada y no permitirá que nadie acabe con sus misas negras. La máquina planchadora y plegadora ha probado la sangre de una virgen y quiere más, más, mucho más, como sea, y su macabro deseo no se detiene ni desconectando el interruptor general de la luz. Ninguno de los chicos es mayor de diecinueve años y los amplios maizales les imponen sus implacables y sanguinarios ritos. Se esconde en el armario, seguro que se esconde allí, y uno tras otro van cayendo en sus horrorosas garras. Porque la garra del terror va rompiendo las costuras del guante blanco de unas situaciones aparentemente nada extraordinarias, para mostrarse con toda su crudeza en cada uno de los relatos que forman esta obra.