Tras la perniciosa idea de la Residencia de los Dioses, René y Albert intentan una vez más hacer la vida imposible a los galos, en esta ocasión, con un título de propiedad sin valor. Los autores abordan en este episodio «valores eternos» y continúan acrecentando la leyenda de Astérix. Los personajes son universales, una representación de la condición humana, pero mejor, mucho mejor. Quizás feos, eso sí, pero auténticos mitos inaccesibles.
¿Ofrecer una escritura de propiedad de una aldea que ni siquiera tiene nombre? Ante la imposibilidad de vencer en el campo de batalla a un enemigo «hasta las cejas» de poción mágica, parece que César opta por una guerra simbólica con el objetivo de anexionar la aldea de Astérix al Imperio romano, aunque sólo sea en el plano administrativo.
Esta vez en el terreno político, la campaña electoral que opone a Abraracúrcix y Ortopédix permite a los autores opinar, a su manera, sobre otra batalla, la de los dos candidatos a la presidencia francesa de la época, François Mitterrand y Giscard d'Estaing, quienes terminarán ganando por turnos esa codiciada copa mágica.
Un ministro del General de Gaulle confió un día a Albert Uderzo y René Goscinny que, durante un consejo de ministros, el General se dirigió a ellos con el nombre de los personajes de la aldea gala que les tenía asignados.