¿Por qué Batman’89 es importante?
Jesús Delgado
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Batman’89, el Batman de Michael Keaton que dirigió Tim Burton, fue traído de vuelta para la película “The Flash”. Aunque creas que solo fue un guiño para el público nostálgico, la versión cinematográfica del Caballero Oscuro fue el germen de algo más grande que llega todavía hasta nuestros días.
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Tras ver “The Flash” mucha gente, sobre todo joven, se habrá quedado extrañada del peso del Batman de Michael Keaton (al que nos referiremos como Batman’89 para distinguirlo de otras versiones del personaje, en alguna ocasión) frente al Affleck de la “ZSJL”, por ejemplo.
Aunque ciertamente hay cierto cinismo que recubre su inclusión en la película, apelando al efecto de la nostalgia entre el público más avejentado y el amante del cine retro, su reivindicación y recuperación tiene también un importante punto: reconoce al papel que esta visión del Caballero Oscuro tuvo para el cine de superhéroes, en un momento en el que estas producciones estaban consideradas como lo más denostado de la industria.
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Por ello, en este artículo queremos hablarte un poco del peso que tuvo el Batman’89 y por qué a esta caracterización llevada a cabo por Michael Keaton se le debe tanto. A pesar, eso sí, de que ha quedado maltrecha por las paródicas secuelas de Joel Schumacher y oscurecida ante las versiones de realismo de presentación de Christian Bale y Robert Pattison.
Súbete con nosotros a nuestra máquina del tiempo, porque en las siguientes líneas te contamos lo que fue, lo que pudo ser y lo que al final no llegó a ser. Pero, primero, un poco de historia.
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La era “campy” de los superhéroes
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Lo que te vamos a contar no es nuevo del todo. Algo de esto te lo dejamos caer en nuestro primer especial de cine de superhéroes, firmado por Jesús Marugán. Lo primero de todo, tienes que entender que las producciones de superhéroes no fueron siempre lo que son ahora y no estuvieron dotadas del reconocimiento del público y buena parte de la crítica que tienen en la actualidad.
Cuando el cine de superhéroes empezó, allá por los años 40, se producían como seriales (miniseries para ser proyectadas en series) de bajo presupuesto y con planteamientos bastante perezosos en algunos casos, pero acogidas con entusiasmo por el público joven de su época.
Su salto a la televisión no fue afortunado tampoco, puesto que estuvo lastrado por la Caza de Brujas de los años 50 y, en especial, el panfleto de “La Seducción del Inocente” que poco menos que criminalizaba los cómics. Algo que impuso un sello censor, el Comic Code, el cual instaba a todo cómic juvenil a ceñirse a unos patrones pueriles incluso para los estándares del momento.
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Así llegamos a los años 60, en los que se produce una serie de televisión de Batman. Sí, el Batman del 66, de Adam West y Burt Ward. Esta producción que todo el mundo tiene en mente se basaba (ojo) en una fiesta de la Mansión Playboy de temática de superhéroes. Y, claro, obviando el elemento erótico-festivo, la serie bebía de una premisa que durante mucho tiempo se definió como campy, cuya traducción al español puede interpretarse como teatral, artificioso, exagerado e (incluso) amanerado.
Aunque al público actual aquello nos parezca un absurdo, en su contexto tenía un calado impresionante. Los padres leían entre líneas los capítulos, en tanto su prole atendía a aquellas bufonadas extasiados, al no ser muy diferentes de las de los cómics de unos años atrás.
Más concretamente, el llamado Batman’66, que es como se conoce al de West, tuvo un calado enorme en la cultura popular e impregnó las producciones posteriores marcando la tendencia de buena parte de las series y películas que se harían durante los siguientes veinte años. Y eso sin mencionar su impacto cultural, que salpicó a todos los estratos influyendo en la percepción de la sociedad sobre qué y cómo eran los superhéroes dentro y fuera de las viñetas.
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Hubo notables excepciones, como la serie de “El Increíble Hulk”, que pretendía ser más dramática (dentro de sus posibilidades de presupuesto) o el épico filme del “Superman” de Donner (que acabó embarrado de postulados campy en sus siguientes entregas). Pero, por lo general, cualquier producción de este periodo sobre superhéroes implicaba trajes brillantes y un tono que nada tenía que ver con los cómics que se habían desarrollado en paralelo, alejándose de la rígida censura de los años 50 e implementando historias más sofisticadas y estéticas más elaboradas.
Así, llegamos a finales de los 80, cuando las pocas incursiones de Marvel en el cine y las series habían sido un absoluto fracaso. Muestra de ello fue aquella “The Punisher”, traducida acá como “El Vengador”, que protagonizó Dolph Lundgren.
Y a DC no es que le hubiese ido mucho mejor. Sus “Supergirl” y “Superman IV” son producciones cuya mera existencia se niega entre ciertos círculos. Imagina el panorama. Y, en este contexto es cuando aparece un jovencísimo Tim Burton, que en aquellos momentos se ha convertido en la última sensación de crítica y taquilla.
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El ascenso del Caballero Oscuro
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Burton era un joven animador que había saltado a las labores de dirección no hacía mucho. En 1988 había estrenado su segundo filme, “Beetlejuice” (“Bitelchús”), y su estética fantástica y gótica era algo que inmediatamente convenció a la compañía de que tenían al director idóneo para el proyecto de Batman que había en el cajón.
Porque, a pesar de lo que te hemos contado en el epígrafe anterior, sí que hubo intentos de producir una película de Batman que se alejara del de West y acercarlo al cómic. Para esto, vamos a ir un poco atrás. Hacia 1980, Tom Mankiewicz realizó un guion basado en la mini-colección de “Batman: Extrañas Apariciones” de Steve Englehart (actualmente descatalogado).
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Dicho proyecto dio numerosos bandazos y tuvo muchas intentonas a lo largo de los años. Desde una grandilocuente apuesta con actores del calado de William Holden, Peter O’Toole y David Niven, hasta una macarrónica incursión de Ivan Reitman y Joe Dante con Bill Murray y Eddie Murphy en los papeles principales. Sí, para habernos matado.
Y hete aquí que Warner, que era quien ostentaba los derechos hacia 1986, se fijó en un novel director llamado Tim Burton, quien acababa de dirigir con éxito “La gran aventura de Pee-wee” (una parodia de “El ladrón de bicicletas”). Y decidieron trasladarle el proyecto por el éxito que estaban teniendo las ventas del recién lanzado cómic “El Regreso del Caballero Oscuro”, en tanto Burton llamaba a Sam Hamm para que reescribiera el guion. ¿El resultado? La historia de la película que hoy conocemos.
Así, llegamos a abril de 1988. Burton, amparado por los números de “Beetlejuice”, comienza la producción de su “Batman”. Y lo hace con un presupuesto enorme, que le permite reclutar a un gigante como Jack Nicholson y derrochar en cuanto a vestuario y escenografía se refiere.
A su vez, se intenta conciliar un producto manejable y que haga una referencia más o menos fiel al cómic. Por lo que se introducen elementos para cimentar una saga a largo plazo: como el cameo de un niño llamado Dick Grayson (que fue retirado del montaje final) o presentando a un Harvey Dent interpretado por Billy Dee Williams, quienes en un futuro se habrían convertido en sus Robin y Dos Caras de haberse dado una tercera entrega. Algo a lo que volveremos más adelante.
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Pero no te creas que todo es feliz en el desarrollo de la película. La elección de su estrella, Michael Keaton, que ya había deslumbrado en “Beetlejuice”, despierta las iras de los fans. ¿Creías que lo de los haters era algo de ahora? Sin Internet, las cartas de fans ofuscados, que señalaban que el filme iba a ser otro “Batman de West”, no se hicieron esperar. La salida a escena del propio Bob Kane (co-creador de Batman), que estuvo implicado en la producción, solo rebajó un tanto la tensión. No fue hasta el estreno y la interpretación de Keaton como un Bruce Wayne torturado y en conflicto con sus dos identidades que hubo un consenso más o menos generalizado: finalmente teníamos un Batman digno de su nombre.
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El Batman que pudo reinar
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No entraremos en demasiados detalles sobre la producción y todo lo que vino después. Ya hay libros, artículos y documentales a cascoporro sobre ello. Solo diremos que fue una sensación que dejó ojiplático a todo el mundo, a pesar de que los tiquismiquis de siempre le sacaron pegas.
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A saber, el llamado “Batman’89” nos brindó una Gotham reconocible, gótica, decadente y postindustrial; un Batman imponente con y sin máscara; un magnífico Joker, muy alejado del del actor César Romero, encargado de dar vida al villano en la serie de los 60; diseños espectaculares y secuencias trepidantes; el tono noir y Pulp, propio de los primeros tebeos del personaje… ¡Ah, y encima propició un magnífico cómic de la película, firmado por el difunto Dennis O’Neil y Jerry Ordway nada menos! Este último, por cierto, una de las grandes obras comiqueras de su tiempo e injustamente relegado por su naturaleza promocional.
Además, con la recaudación por las nubes, la máquina de hacer dinero de Warner no se hizo esperar. El taquillazo empujó a Warner a dar salida a una serie animada que conocemos todos y que es uno de los pilares de Batman en la actualidad: “Batman: The Animated Series”, de Bruce Timm y Paul Dini, cuya sombra es tan alargada que ha influido a películas posteriores e inspirado videojuegos como la Saga Arkham. Más todavía, incluso ha servido para perfilar la caracterización de muchos personajes en cómic e introducir algunos, como el de Harley Quinn en las viñetas.
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Con todos estos hitos logrados, Warner concedió a Burton plenos poderes para hacer una segunda parte que llegaría en 1992. Nos referimos a “Batman Vuelve” (“Batman Returns”), que contó con grandes figuras como Danny DeVito y Michelle Pfeiffer, cuyos Pingüino y Catwoman son tan emblemáticos como irrepetibles, así como ese Christopher Walken siempre grato en pantalla.
Sin embargo, “Batman Vuelve” es el punto de inflexión en el que la cosa se tuerce. Warner había apostado mucho, pero no supo conciliar sus aspiraciones con la visión de Burton. La compañía había desarrollado una ingente estrategia publicitaria, llegando a firmar contratos con McDonald's para sus Happy Meals, tratando de vender la película como algo juvenil, también apta para menores (a pesar de que su calificación en USA fue recomendada para mayores de 13), algo que salió rana.
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No te imaginas la cara de los ejecutivos cuando la película llegó a las salas. Si la anterior entrega había estado más o menos controlada, Burton hizo y deshizo lo que quiso con su producto, realizando una película más personal. Algo para lo que los padres que se habían criado con el Batman de Adam West y los fans de los cómics no estaban del todo preparados.
Si la película vino costando unos 80 millones de dólares de la época, su recaudación apenas logró triplicar esa cifra. Y a eso se sumaron demandas de PETA por el uso y trato de unos pingüinos reales en el set de rodaje; toneladas de cartas de padres horrorizados por la violencia y la estética burtoniana que, según ellos, “traumatizaría a sus hijos de por vida; McDonald’s asumiendo parte del chapapote por “vender juguetes para niños sobre una película que no era apta para ellos” y que se tradujo en una cancelación de la campaña; y muchas más anécdotas que acabaron por señalar a Batman, haciendo tóxico su producto y salpicando cualquier intento de hacer una película sobre cualquier superhéroe los años inmediatamente posteriores.
De hecho, su fracaso fue tal que “La Máscara del Fantasma”, una producción animada de 1993 (considerada en retrospectiva de las mejores películas de Batman) se la pegó tan fuerte por la negativa de los padres de llevar a sus hijos a ver otra película oscura y violenta, a pesar de que esta era una película considerada prácticamente para todos los públicos.
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Burton quedó fuera de los siguientes proyectos inmediatamente, relegado a labores de producción de la siguiente entrega (donde no haría demasiado), en tanto la batuta de dirección se le entregaba a Joel Schumacher. Toda la proyección para futuras películas fue revisada y los ejecutivos de Warner encomendaron al nuevo director regresar al discurso “campy” de West, imitando en la medida de lo posible la estética marcada por Burton.
Esto dio lugar a los “monstruos de Frankenstein” que llegaron al cine años después: “Batman Forever” y “Batman & Robin” (esta última ya sin Burton), los cuales se basaron muy pobremente en los planteamientos previstos por Burton para la producción de su saga de películas. De hecho, lo que el director original tenía previsto poco o nada se pareció a lo que vimos al final.
Así, recientemente, tuvimos la publicación de “Batman’89”, el cómic que ejemplifica de forma más cercana lo que Burton y el guionista Sam Hamm tenían previsto hacer. No solo retoma a Billy Dee Williams (que fue reemplazado por Tommy Lee Jones) como Harvey Dent/Dos Caras, sino que recupera el concepto de un Robin afroamericano que ya se había tanteado en la producción de “Batman Vuelve” y que quedó fuera del montaje definitivo.
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Tras toda esta parrafada, entenderás mejor el objeto de este artículo y la importancia del Batman del 89. Cuando se habla del Batman de Keaton y Burton es como recurrir a una suerte de Camelot cinematográfico para las películas de superhéroes: un momento maravilloso en medio de una época incierta y nefasta para este género de producciones.
Como ya te contamos en el segundo especial de cine de superhéroes, tuvimos que esperar a finales de la década para que las películas basadas en cómics repuntasen. “Blade” (1998) fue pionera en un baldío de producciones mediocres y olvidables, abriendo paso para que Bryan Singer y sus “X-Men” (2000), Sam Raimi y su “Spider-Man” (2002) y Christopher Nolan y su “Batman Begins” (2005) asentaran las bases de lo que es el cine y las superheroicas en la actualidad.
De ahí que sonriamos al ver de nuevo a Keaton enfundado en un traje de murciélago, despidiéndose del papel con la dignidad que no pudo ostentar en los noventa y quedando su caracterización de alguna manera re-dignificada. Algo que el fandom más veterano, sin duda alguna, agradecerá.
Además, como colofón, te diremos que el propio Tim Burton no comparte la idea de que su película fuera tampoco demasiado oscura. En entrevistas concedidas a ciertos medios a lo largo de los años, el cineasta ha cuestionado la consideración de “adulto y oscuro” que se le dio a su trabajo, poniendo en tela de juicio nuevamente aquella apreciación realizada en su momento. Algo comprensible si atendemos a la crudeza a la que se ha recurrido en filmes más modernos sobre el personaje.
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Y, con esto y un bizcocho (en forma de murciélago), desde Akira Cómics nos despedimos. Si te ha gustado este artículo, te has quedado con ganas de saber más curiosidades interesantes sobre cómic y cine basado en el cómic, no dejes de leer nuestro blog y de seguir nuestras redes sociales.
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