Mi hijo ha dejado de leer: ¿qué hago?

30/10/2017
  • Si eres padre o madre de un hijo que ha dejado de leer con los años, en este post descubrirás cómo lograr que vuelva a convertirse en lector.

  • Un problema común y que llena multitud de conversaciones entre padres es: “¡Mi hijo ha dejado de leer!... ¿Qué hago?” En esas tertulias, siempre hay “suertudos” que tienen en casa a un niño lector, más o menos habitual, y que, por ello, se atreven a dar consejos a los demás: “Yo, a mi hijo, le obligo a leer en la cama un ratito antes de acostarse”, “Yo le elijo los libros que son interesantes”, “Yo le digo lo importante que es la lectura”, “Yo le pongo puntos por el número de libros que se lee al mes y si consigue llegar al máximo, le hago un regalo”...

    Pero la pregunta que deberían hacerse los padres menos afortunados en esta materia, no es “¿Qué hago?”, sino “¿Cuándo ha dejado de leer mi hijo?”, porque la respuesta a esa pregunta revelará por qué ha abandonado la lectura y nos ayudará a solucionar el problema.

    La relación de los niños con los libros comienza a edad muy temprana, mucho antes de que sepan leer, mucho antes de que sepan ni siquiera pasar esas páginas de cartón gordo que tienen los libros especiales para niños muy pequeños.

    Ellos, a esas edades, casi que no necesitan a nadie que les guíe en su lectura y sin embargo ahí estamos todos... “Toca, toca la piel del elefante... ¡Oh! ¡qué rugosa!” Incluso barritamos llenos de entusiasmo tal y como intuimos que haría el elefante del cuento. Nos inventamos canciones con los dibujos o historias que acompañan las ilustraciones.

    Y así es como descubren que es mucho más divertido que les cuenten los cuentos que quedarse solos con ese trozo de cartón o papel por muy bonitas que sean las ilustraciones.

    Y, claro, si es papá o mamá quienes están con ellos contándoles la historia, mucho mejor. No solo por el cuento, que ya es mucho, sino también porque así consiguen un tiempo extra muy especial, que comparten con las personas a las que más aman y necesitan. Un ratito para compartir lejos de las carreras de todos los días. “Desayuna, ¡vamos! Que llego tarde al trabajo”, “Rápido que me cierran la tienda”, “Solo un ratito de parque que tengo que hacer la cena”, “Y ahora, baño y a la cama”...

    ¡Ah, la cama...! Otro momento especial para los más pequeños. Cuando nuestros hijos son pequeños, la mayoría de nosotros les acompañamos a la cama y les leemos cuentos. ¿A que sí? Así ese cuento no es solo una historia maravillosa, es además un “talismán” que hace que papá o mamá se queden con el peque hasta que se queda dormido.
  • En esa tierna infancia, los padres estamos más predispuestos a hacer por nuestros hijos lo que sea necesario para estimularles, porque nos han “bombardeado”, desde muy diversos foros, que esas edades, de 0 a 4, es la mejor edad para que el niño aprenda música, idiomas (lo del inglés es una locura obsesiva en el cole y en casa), matemáticas, natación, dibujo y si nos descuidamos, hasta física cuántica.

    Entonces, en nuestro empeño por ejercer de buenos padres ejemplares y no desperdiciar esta edad en la que el cerebro de nuestros hijos es tan plástico, nos dividimos y multiplicamos para sacar tiempo y contarles cuentos a nuestros hijos además de llevarles a infinidad de actividades extraescolares.

    En esta fase, el único escollo que se encuentran los infantes en su relación con los libros es que la paciencia de papá o mamá se agote cuando por décima vez piden que les cuenten el mismo cuento.

    En la siguiente fase, el triángulo papá/mamá-libro-niño se mantiene, pero ya no es la misma. Están aprendiendo a leer pero necesitan que alguien “les corrija” y les incentive a continuar con la lectura. Son muy pequeños para leer solos y las historias silabeando se hacen eternas y difíciles de entender.
  • Es la época de “Leemos juntos una página tú, una página yo”... Pero por parte de los padres van desapareciendo los bramidos de los elefantes, las canciones, las historias inventadas... La dicción se vuelve monótona y la paciencia se agota antes. “¡Qué bien lees! ¡Venga, ahora tú solo! ¡Qué mayor te estás haciendo!”

    Eso sí lo hacemos muy bien porque también nos han “bombardeado”, desde muy diversos foros, que el niño necesita refuerzos positivos y nosotros estamos muy aleccionados en querer ser los mejores padres del mundo.

    En esta etapa también se lee en el cole en grupo, los profesores leen también para reforzar la decodificación del código lingüístico y practican igualmente el refuerzo positivo.

    Entonces ocurre.

    El niño por fin aprende a leer y puede hacerlo solo.

    Y es en ese momento cuando el triángulo papá/mamá-libro-niño se rompe definitivamente y ya solo queda el segmento niño-libro.
  • Aparecen entonces un montón de exigencias por parte del colegio, principalmente leer un libro cada 15 días y hacer de él una “ficha” con preguntas de comprensión lectora y dibujo al respecto... En todos los coles lo mismo. Y como sea bilingüe, el trabajo de lectura se multiplica por dos porque hay que hacer lo mismo con un texto en este idioma.

    Y, además, aparecen los reproches en casa. “Siempre dejas el libro para el último día y sabes que lo tienes que hacer desde hace dos semanas”.

    Cuando se presenta este problema, en muchos de los casos, decidimos ayudar a nuestros hijos en esta tarea, pero lo hacemos mal. Nos ponemos a leer el libro a toda velocidad, saltándonos páginas enteras. Incluso buscamos resúmenes en internet y les resumimos el libro de mala manera y con desgana.

    No nos damos cuenta, pero estamos mostrándoles un camino inapropiado en su relación con la lectura. Esto es lo que queda del maravilloso triángulo papá/mamá-libro-niño.

    En algunos colegios se siguen haciendo lecturas compartidas en voz alta al menos durante un año más desde que el niño ha aprendido a leer (hasta 3º de primaria), pero en muchos casos también se hace mal.

    No solo por la obligatoriedad de rellenar la ya mencionada ficha de comprensión lectora con dibujo incluido que a la tercera que se hace, resulta tediosa, aburrida, insoportable... Es que además la técnica del “Pepito Pérez, continúa leyendo por donde iba tu compañero y ¡ojo! Como no sepas por dónde iba porque estabas despistado, copias la hoja entera del libro para mañana” no contribuye en nada para que se coja ni gusto, ni cariño, ni pasión por la lectura, sino más bien todo lo contrario.
  • Así, entre unos y otros hemos empujado a nuestros hijos a aborrecer la lectura. Leer ya no es “pasar un rato feliz”. Es una presión aburrida, obligatoria, curricular, es una tarea más del colegio donde, aparte de leer, tienen que hacer un montón de deberes, un montón de trabajos, exámenes...

    Y no olvidemos la presión de las notas que ya desde bien pequeños les colgamos encima de sus cabezas cual espada de Damocles, diciéndoles que marcarán su futuro, como si ellos tuvieran la capacidad de pensar en el largo plazo.

    Y encima, si se les ocurre decir “¡Qué rollo! Yo no quiero leer” nos ponemos hechos una furia, detectamos que tenemos un problema y llegamos al punto de partida de este artículo: “¡Mi hijo no lee!... ¿Qué hago?”. Y lo que hacemos en la mayoría de los casos es presionarle más con que lea y lea y lea.

    Así, nos encontramos con que muchísimos de nuestros tiernos infantes de 5º y 6º de primaria han decidido que no les gusta leer. Pocos son los niños (pero los hay) que se han enganchado tanto con la lectura en años anteriores que siguen encontrando placer en seguir leyendo. Pero, por desgracia, son los menos, y probablemente abandonarán su hábito lector en el instituto (donde la presión curricular es mayor) o en la Universidad (donde no les queda tiempo para nada).

    En este momento, imagino que muchos de vosotros os estaréis preguntando cómo han hecho esos padres para que sus hijos sean de esos pocos afortunados que siguen leyendo al menos hasta llegar al Bachillerato.

    Bueno, pues la respuesta es sencilla, no han sido ellos: ha sido el propio niño.

    No todos somos iguales y las diferencias no se producen en la edad adulta: vienen marcadas de fábrica. Hay niños con más capacidad para la imaginación a los que un libro les supone un “arnés” para lanzarse a la ensoñación y que disfrutan tanto de esa experiencia que no les hace falta que se les anime ni lo más mínimo para que, cuando acaben un libro, cojan otro y después otro.
  • Son niños con especial curiosidad por las cosas, aunque la curiosidad es algo implícito en el niño por definición. Pero hay niños curiosos experimentales, es decir, que se lanzan al descubrimiento de forma activa, y otros lo hacen de forma más “tranquila”, como lo es a través de la lectura.

    ¿Qué podemos hacer entonces con ese hijo de 5º, 6º que odia leer y que ha decidido con rotundidad que no va a leer nunca más en la vida porque es un rollo?

    Pues la respuesta, si habéis leído hasta aquí, está clara. Debemos volver a crear ese triángulo papá/mamá-libro-niño. Pero, ¡cuidado! No se trata de que os sentéis con ellos una hora cada día a leer juntos. Hay que ir haciéndolo poco a poco.

    Primero debemos preguntarnos a nosotros mismos por qué nos gusta leer y cuánto leemos. Quizá descubramos que leemos mucho menos que nuestros hijos y que tampoco nos gusta leer más que ver una película, una serie de televisión o un partido de fútbol (que por lo menos 2 o 3 a la semana hay para ver).

    Estoy segura de que os daréis cuenta de que entre vosotros y vuestros hijos no hay tanta diferencia (en muchos de los casos, claro que siempre hay excepciones). El problema claramente se complica porque... ¿cómo vamos a intentar animar a nuestros hijos para que lean si no somos capaces de hacerlo nosotros mismos?

    Tanto si sois de los que leéis como si sois de los que no lo hacéis, los siguientes pasos a dar son los que a continuación detallo. Nunca elegir la lectura de nuestros hijos. Nunca obligarles a leer. Si les presionamos, la misión fracasará.
  • Siguiente punto: detectar temas de interés.

    Si por casualidad nuestro hijo no lector lee el periódico deportivo todos los lunes para enterarse del fútbol, le compraremos el periódico deportivo (es mejor que lea eso que nada). Y lo mismo con cualquier otra cosa. Por ejemplo, si le gustan las Sweet California y lee sobre sus vidas, conciertos, chismes, letras de canciones... pues que lo hagan.

    Lo importante en este punto es que nosotros lleguemos a tener la misma curiosidad que ellos en estas lecturas. Le preguntaremos sobre lo que han leído, lo que les ha llamado la atención... y lo ideal sería picarles el gusanillo preguntándoles cosas al respecto que ellos no sepan y que, si quieren saber, tengan que indagar y buscar dónde encontrar la respuesta.

    Estaremos así reforzando el triángulo del que ya hemos hablado, aunque la lectura no sea la que más nos gustaría que fuera.

    Y llegamos al punto más difícil. Nuestras lecturas. Debemos elegir lecturas que creamos pueden ser atractivas para nuestros hijos pero que leeremos nosotros y que compartiremos con ellos.
  • EJEMPLO: Si no se os ocurre cuáles, podéis utilizar las vacaciones. Por ejemplo, si sabéis que en Navidades vais a pasar unos días en el pueblo, por ejemplo Navalmoral de la Mata, pues podéis leer “El Puente de Alcántara”. Deberéis ir contando a vuestros hijos cosas del libro según vais leyéndolo. Batallas, personajes, cosas curiosas, lugares... Incluso si encontráis algún pasaje corto que pueda parecerle interesante al crío, se lo debéis leer en voz alta. Y por último, aprovechando el viaje navideño, id a visitar Alcántara con su maravilloso puente romano.

  • Sí. Sé que es difícil. Os tenéis que poner a leer cuando tal vez no os guste hacerlo ni tengáis tiempo para ello, pero a vuestros hijos les pasa lo mismo.

    Tendréis que leer textos que igual no os apetecen nada, igual que les pasa a vuestros hijos con los libros que le mandan.

    Deberéis intentar convertiros en narradores con carisma.

    Está claro que un chiste mediocre bien contado acaba por convertirse en un gran chiste y al revés. Esto se soluciona con la práctica. Lo mismo le pasa a vuestros hijos: no saben contar las cosas bien porque no saben leer correctamente, lo que nos lleva al último punto y es de extrema importancia.
  • Cuando leáis a vuestro hijos debéis hacerlo con precisión. Entonando, parando en los puntos y las comas, poniendo voces... Es decir, de la misma forma que le contábais el Cuento del Elefante cuando eran pequeños. Para que les guste leer, tienen que oír leer bien. Y si llegan a emocionarse con la forma y el contenido de lo que escuchan, habrán dado un paso de gigante hacia ese estante lleno de libros que están esperando sus manos y sus ojos.

    Ánimo. No es una guerra perdida, tan solo es larga y difícil. Además, la recompensa es maravillosa. Con este método acabará leyendo toda la familia.

    Feliz lectura.

Carmen Huertas Diez


Animadora a la lectura en coles, monitora de extraescolares y dinamizadora de clubs de lectura en bibliotecas. Soy la que más "cuenta" de Akira Comics, al menos una vez al mes. Y puedo considerarme, sin temor a equivocarme, que estoy enganchada a la lectura de todo. Leo de todo tipo; infantil, juvenil, aventuras, históricas, negras… TODO.

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