La Escuela de Bruselas: la línea clara
Francisco Javier Illescas Díaz
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Todos los aficionados al cómic europeo hemos oído hablar de la “línea clara”, y en Akira Cómics hemos decidido que es el momento de saber qué narices es eso, y vamos a intentar aproximarnos al concepto y a su origen.
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Vamos a empezar clarificando el concepto en sí: realmente deberíamos hablar de la Escuela de Bruselas, o Escuela Bruselense en vez de “línea clara”, que fue un concepto forjado recientemente.
El término de marras fue adjudicado por el dibujante holandés Joost Swarte en 1977, año en el que se realizó una exposición sobre Tintín en Rotterdam. La intención era referirse a esa característica manera de realizar historietas en que la claridad y la limpieza de la línea en el dibujo era patente. Pero veremos que es una definición que resulta incompleta.
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¿Quién crea los elementos de la Escuela de Bruselas? ¿Cómo nace?
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El paradigma de la Escuela de Bruselas es Georges “Hergé” Remi. Su nombre artístico (Hergé) viene por ser esa la pronunciación en francés de sus iniciales en orden invertido (Remi –R- Georges –G-).
Pese a que Hergé es considerado el padre de la Escuela de Bruselas, su estilo bebe de una fuente mucho más insospechada: el estilo de dibujo procedente de las tiras de “Snookums” o “Bringing up Father” del histórico dibujante americano George McManus.
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Pero, pese a todo, Hergé fue un maestro del mundo del cómic que, a su alrededor y tomando su obra como ejemplo, supo forjar un estilo que formó escuela, del que surgieron grandes dibujantes y del que todos ellos han tomado elementos que han incorporado a sus respectivos estilos (recordemos que incluso el mismísimo Jijé, inspirador de la Escuela de Marcinelle, dibujó también al estilo de la Escuela de Bruselas en sus comienzos).
Su primera historieta oficial es, como ya indicamos en un artículo anterior, “Totor, Jefe de Patrulla de los Abejorros”, en 1926, y se mantuvo hasta 1930. A finales de 1928 se le encomendó la dirección del suplemento juvenil del periódico “Le XXème Siècle”, que se llamó “Le Petit Vingtième”.
Y fue allí, en enero de 1929, cuando recicló a su personaje Totor: lo convirtió en reportero, le puso al lado a una fiel mascota, un fox terrier llamado Milú, le cambió algunas letras al nombre, y nació, así, Tintín.
El éxito obtenido tras la primera aventura le animó a seguir produciendo más. En 1930 creó a “Quick et Flupke” (traducido al español como “Quique y Flupi”). En 1936 creó “Las aventuras de Jo, Zette y Jocko”. Durante la Segunda Guerra Mundial, dado que en la Bélgica ocupada la escasez de papel forzó a publicar Tintín como una tira diaria de tres o cuatro viñetas en lugar de las dos páginas semanales que eran habituales, Hergé cambió su estructura narrativa creando un mayor ritmo en la acción con objeto de que los gags crearan el suspense necesario, y que mantuvo en sus publicaciones posteriores.
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En 1943, Hergé conoció a Edgar Pierre Jacobs, otro dibujante de cómics, al que contrató para ayudarle a revisar los primeros álbumes de Tintín y a recopilar diseños y documentación para los siguientes trabajos… y aquí empieza el desarrollo de la tendencia.
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¿Escuela de Bruselas o Escuela de Hergé?
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El estilo de Hergé es fruto de una evolución que parte de los primeros dibujos de los años 20 del siglo pasado y que no llega a consolidarse hasta los años 40, para mantenerse después prácticamente inalterado y convertirse en ese estilo que se llamó Escuela de Bruselas.
Lo que cabe preguntarse es si esa Escuela de Bruselas existe realmente o si fue la perpetuación del estilo de Hergé en otros dibujantes que colaboraron con él y que, al desarrollar sus propios estilos, no lograron sacudirse esa herencia previa.
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En esos años 40, el estilo de Hergé estaba culminado: había asimilado las influencias de MacManus, Alain Saint-Ogain y Benjamin Rabier; había conseguido forjar un estilo propio que en nada se parecía a sus primeros dibujos de Tintín; y ya había logrado adquirir el dominio en la narrativa visual y la elaboración de los guiones. Pero, en ese momento, su arte se convirtió en algo colectivo.
En 1943, Hergé requirió la ayuda del ya mencionado Edgar Pierre Jacobs para darle un lavado de cara a las aventuras que publicó durante la ocupación alemana: “La estrella misteriosa”, “El secreto del Unicornio” y “El tesoro de Rackham el rojo”.
La verdad es que el pobre Jacobs se encargó, además de dibujar los fondos, de casi de todo menos de las caras de los personajes y los colores. Esta sinergia aportó elementos a ambos maestros: Jacobs aportó a las aventuras de Tintín la característica minuciosidad en la documentación y el realismo de los fondos, mientras que Hergé le dio los secretos de su estilo.
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Es en 1948 cuando Jacobs se separa de Hergé para comenzar a dibujar “El misterio de la gran pirámide”, la primera aventura de Blake y Mortimer; y en 1950 Hergé crea la sociedad anónima Estudios Hergé, que se convirtió en una fábrica de dibujantes de línea clara.
El primer dibujante forjado a semejanza del maestro en esta etapa fue Bob de Moor (“Barelli”, “Las aventuras de Óscar y Julián”). En 1953, entró Jacques Martin, que no tardó en incorporar el estilo aprendido de esta etapa al lado de Hergé a su obra más conocida: “Alix”.
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La perpetuación de este estilo aprendido de Hergé se ha mantenido hasta nuestros días en la obra de autores como Jacques Tardi, Yves Chaland, Peter van Dongen, Olivier Schwartz, Olivier Marin o Emilio van der Zuiden.
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¿Cuáles son los elementos definitorios de la Escuela de Bruselas?
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Podemos señalar una serie de rasgos definitorios de la Escuela de Bruselas sobre los que hay una cierta conformidad: limpieza y claridad en el dibujo, buena legibilidad y la importancia que tiene la documentación.
En cuanto al dibujo, observaremos que las formas tienen un contorno definido por un trazo regular y, salvo puntuales excepciones, de espesor constante. Los sombreados brillan por su ausencia y se utilizan colores planos con el objetivo de que ayuden a la identificación de formas y objetos.
Hergé lo ejemplificaba refiriéndose al color azul del jersey de Tintín: según él, un niño que ve que el jersey es siempre del mismo azul, lo entiende e identifica mejor que si cambia de color en función de cómo le dé la luz. El movimiento, por otra parte, queda reflejado en las cuidadísimas posturas de los personajes, pero apenas se apoya en líneas cinéticas.
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En lo referente a la narrativa, predomina la regularidad de las tiras, sin que haya grandes variaciones de unas tiras a otras o al pasar de página. Las viñetas, por otra parte, suelen estar perfectamente definidas y delimitadas.
El encadenamiento de planos tiende a ser uniforme: de una viñeta a otra no existen cambios de plano. Se busca que la estética persiga la fluidez en la lectura de la escena.
Es notorio también el poco apoyo que se permiten de las cartelas explicativas, aunque no se excluyen (Jacobs, por ejemplo, las usa sin pudor).
La última característica notable es el realismo de los fondos: las historias de ficción se desarrollan siempre en un contexto de apariencia real.
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Son estos elementos los que ayudan a vertebrar, en general y teniendo en cuenta las variantes que han surgido a lo largo del tiempo, toda esta corriente que se ha dado en llamar Escuela de Bruselas.
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¿La línea clara es exclusiva del mercado franco-belga?
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Por supuesto que no. El mercado holandés es uno de los que ha tomado el testigo con la obra de autores como Theo van den Bogaard, el ya mencionado al principio Joost Swarte o Peter van Dongen; en Inglaterra, destacan Martin Hanford o Garen Ewing y, en Italia, encontramos a Vittorio Giardino.
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Y, claro está, en España tenemos un buen puñado de representantes de esta escuela, sobre todo en la época de los primeros años 80 del siglo pasado, y que se circunscribieron fundamentalmente en torno de la revista “Cairo”. Aquí surgen artistas de la talla de Mique Beltrán, Max, Sento, Guillem Cifré, Miguel Calatayud y Daniel Torres, cuyos estilos beben sin disimulo de los elementos definitorios de la Escuela de Bruselas.
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En definitiva, pese a que hay gente que considera el estilo de la Escuela de Bruselas como algo naïf y desfasado, sigue siendo una de las tendencias de obligado conocimiento para el aficionado medio. Es un estilo que ha influenciado fuertemente el mundo de las artes plásticas, así como a la gran mayoría de dibujantes del entorno contemporáneo, y debería ser considerado como patrimonio cultural del Noveno Arte.
Así que os invito a todos a que acudáis a vuestra tienda amiga para tomar vuestros primeros contactos con los exponentes de esta veterana y, aun así, vigente escuela del mundo del cómic. Todavía crea tendencia.
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